Estimados amigos, lectores y suscriptores:
Informamos a todos ustedes que Gibrán Eduardo Monterrubio García recientemente obtuvo el grado de maestro en Historia por la Universidad de Guadalajara, México, con un trabajo que seguramente despertará el interés de nuestra comunidad de lectores. El trabajo lleva por título: Detrás del hábito. Las Hermanas Josefinas como enfermeras en el Hospital del Refugio, 1893-1935.
Se ha pensado que la expulsión de las Hijas de la Caridad, devino como evidencia dura y clara de que la secularización en México se había alcanzado. Los más grandes hospitales e instituciones de beneficencia que tuvieron ellas bajo su administración, pasaron a manos del Estado y, con ello quedó sepultado el papel de la iglesia en la esfera hospitalaria. Lo que se ha desatendido es la cuestión sobre cuál fue el destino de esas –cerca de trescientas– mujeres mexicanas expatriadas, y hacia dónde se dirigió el movimiento que construyeron en el imaginario femenino. La expulsión de las personas no extinguió la fuerza con la que el movimiento había penetrado en el tejido social, un proceso ya había germinado. Dos años antes de la expulsión, la primera congregación mexicana daba sus primeros pasos, bajo el nombre de Hijas de María y del Señor San José, o josefinas. Hacia 1910 las congregaciones mexicanas pasaban de dos docenas, lo que también quiere decir, que al suprimirse una, nacieron otras veinticinco. Si bien, esta proliferación de institutos religiosos se favoreció de la política de conciliación que efectuó Díaz con la iglesia Católica, como proceso respondía a un movimiento global en el que las mujeres optaban por buscar espacios de poder.
El éxito de las nuevas congregaciones mexicanas, evidencia el fruto de un proceso generalizado en el mundo occidental, la feminización de la iglesia. Mujeres que encontraron en la vida religiosa un vehículo para conquistar su desarrollo profesional, una manera de salir del plano doméstico para circular por el mundo, organizarse en complejas instituciones centralizadas, donde podían emitir el sufragio que el Estado no les permitía. Centenares de estas mujeres lograron dirigir complejos hospitalarios, manicomios, asilos y colegios al tenor de sus constituciones. Por encima y al margen de un Estado que les repelía y un sector médico que eventualmente gobernaba el mundo sanitario.
La cotidianidad en estos hospitales, se configuró más allá de un espacio de trabajo donde ocurrieron prácticas médicas, además de esta obviedad, la vida en el interior de los hospitales-convento revela intensas disputas por el poder entre los agentes de un mundo secular y las protagonistas de uno religioso, juicios que llegaron a tribunales civiles y eclesiásticos por el carácter anticonstitucional de sus directoras. Significaciones y estratificación del espacio como muestras simbólicas que señalaron a los ocupantes en dónde recaía el poder. Una vida de precariedad y de bajos salarios, fomentada por el voto de pobreza que profesaban, condujo a la congregación a demandar aumentos a sus asignaciones y mejorar las condiciones de trabajo, lo que no pudieron lograr sino hasta alcanzar un punto de profesionalización que no podía materializarse sin títulos. Los intentos por profesionalizar la enfermería no vieron la luz durante los años de la revolución. Y no es que no existieran impulsos para lograrlo sino que la condición ilegítima de las religiosas, entorpecía toda clase de aspiraciones institucionales. Para las hermanas, las iniciativas por diseñar programas de estudio se gestaron en Jalisco, donde se fundó una escuela de enfermería en una hacienda, y se intentó fallidamente fundar otra en el Hospital del Refugio, núcleo de la congregación en el occidente de México.
Durante la Revolución Mexicana la ambivalencia del Estado frente a las congregaciones oscilaba entre la persecución y la complicidad, el papel de la religiosa anticonstitucional pasó al de enfermera útil, profesional y organizada. Lo que llevó a los gobernadores del estado a pactar convenios con ellas, denotando un importante aumento de religiosas dirigiendo hospitales civiles y particulares en medio de una guerra que se suponía anticlerical. Sin embargo, como continuidad de la revolución, durante los años que duró la rebelión cristera, la suerte de las religiosas fue otra, la experiencia fue definida entre la expropiación de sus casas, el encarcelamiento, la expulsión y disolución de comunidades. La continuidad de las Hermanas Josefinas se logró sólo cuando secularizaron su hábito luego de esconderlo bajo batas médicas, de esta manera llegaron a los años treinta, cuando la Procuraduría General de la República descubrió la existencia de hospitales y manicomios católicos, administrados por “monjas disfrazadas de enfermeras”. La vida en el Hospital del Refugio materializa todo una época para la vida religiosa hospitalaria durante el primer tercio del siglo XX. Este trabajo termina cuando en 1935, luego de abandonar el Hospital del Refugio por la inminencia de su confiscación, las religiosas lograron abrir las puertas de un novedoso sanatorio psiquiátrico en Guadalajara, ocultando tras de sí un mundo caduco de caridad y beneficencia del cual nunca se separarían, pero sí ajustándose a las demandas de la ciencia y la modernidad que dejó la revolución y la emergencia de un incipiente Estado de Bienestar.
Para descargar la tesis completa, abajo dejamos el link.
riudg.udg.mx/handle/123456789/9